Exactamente, 402 jugadores han debutado con el primer
equipo de la SAD avilesina desde que el actual propietario, José María Tejero,
se hizo con la mayoría del paquete accionarial, hace casi 23 años.
El mayor número
de debutantes en la historia del Real Avilés se produjo en la temporada
2017-2018, cifra que se elevó hasta los 41 jugadores, 10 de los cuales
(todos, menos Anacker, guardameta brasileño) aparecen en la foto. De
izquierda a derecha, de pie: Lucas Anacker, José Domínguez, Sergio Menéndez,
Rubén Expósito, Chus Fernández, Pablo Tineo y Anselm Pasquina; agachados:
Fonso Sangiao, Pablo Coutado, Adama Touré y Alexis Ramos.
Cuando se hizo con el
absoluto control del Club, hace ahora 22 años y medio (sí, veintidós años y
medio), la sempiterna propiedad del Real Avilés quizá no pretendía (o sí, váyase
a saber) batir tal cantidad de registros negativos, tantos que ya son seña de su
propia identidad. El caso es que la colección de récords ya alcanza uno niveles
que, si parecían inescrutables, sólo los potentados de la SAD serán capaces,
incluso, de superarlos. La pregunta es obligatoria: ¿Se puede hacer peor?
En determinado récord
negativo (una mala racha de resultados, por ejemplo), hasta cabrían las
justificaciones por causas puntuales, pero, cuando se trata de una SAD que
desproporciona su nivel deportivo, el cuarto del fútbol nacional, respecto a la
ciudad que pretende representar, ni esas justificaciones le valen. Si todavía
queda alguien que se las conceda, quizá cambie de opinión al descubrir el récord
de esta semana, consecuencia del más prolongado de los despropósitos: Desde
que el Real Avilés cayó en manos de la actual propiedad, el 14 de julio de 1997,
el número de jugadores intervinientes en partidos oficiales se eleva a ¡402!
De ellos, 54 ni siquiera habían nacido antes de la fatídica fecha.
Para traspasar la
barrera de los cuatro centenares de futbolistas, un club, digamos
“convencionalmente normal”, invierte, más o menos, el doble de tiempo. Así pues,
para la consecución de tal marca, los propietarios del club avilesino han
logrado que hasta sus 23 insufribles temporadas se conviertan en un suspiro.
La retahíla comenzaba en
un ejercicio, 1997-1998, que ya presagiaba lo que estaba por venir. Entonces
eran 23 los jugadores que vestían por primera vez la camiseta blanquiazul, una
cifra descomunal que incluso se queda en nada si se compara con el récord
absoluto de los 41 que se juntaron en la campaña 2017-2018. Entre los 402 chicos
que vistieron la blanquiazul con más o menos acierto, con más o menos calidad o
con más o menos pundonor, la gran mayoría pasaron por Avilés bajo un denominador
común: la inestabilidad, el desengaño y el sentido de abandono. Aparte del
islote que supuso el ascenso de 2002, la excepción que confirma la regla llegaba
con la primera aparición de ese sistema de alquiler que, a nivel nacional,
prácticamente sólo se conoce en el entorno del Suárez Puerta. Por entonces, el
inquilino Golplus mantuvo un nivel sociodeportivo que acabó siendo pasto de su
propia irrealidad, siempre a la sombra de una propiedad que, lejos de ejercer de
revulsivo, suponía constante freno.
La procedencia de esos
402 jugadores, como se puede suponer, es de diversa índole: extranjeros
(incluidos numerosos extracomunitarios) con efímeras experiencias en distintas
zonas de España o llegados directamente desde las catacumbas futbolísticas de
sus respectivos países; españoles procedentes de categorías regionales, incluso
de niveles 6 ó 7; múltiples canteranos sabedores de que no iban a tener
continuidad, utilizados con la única intención de tapar las carencias del primer
equipo…
El desenfreno de
fichajes ha sido tal que la falta de continuidad de los jugadores también es
obvia. En este sentido, únicamente el 6’7% (27 jugadores) disputaron más de 100
partidos y, sólo en el último quinquenio, desde la temporada 2015-2016 a la
actual, debutaron la friolera de 125 jugadores o lo que es lo mismo, una media
de 25 por temporada.
Lo que necesita la SAD
es un cambio urgente en su accionariado. Ya se ha demostrado con creces que el
alquiler de la gestión representa un formato obsoleto, que sólo sirve para que
los aficionados sigan en su intención de no regresar al estadio, para que los
gestores/inversores se cansen antes de lo previsto y para que la propiedad siga
ganando tiempo o, mejor dicho, perdiéndolo. Llamativo es que esa misma propiedad
esté a punto de alcanzar los 23 años de fracaso continuado y, aún así,
reivindique su postura apelando a lo que ha cercenado: “el nombre y la historia
del Club”.