Como se esperaba, fue una tarde
para el recuerdo, plena de momentos emocionantes y,
sobre todo, importante por lo que significó en cuanto al
foco de atención que la Tercera División necesita,
aunque sea flor de un día.
Manifiesta la
tabla adjunta que el Lealtad, al igual que en el
transcurso de la temporada, casi monopolizó el liderato
durante el tramo horario del epílogo liguero, pero las
mínimas diferencias goleadoras mantuvieron la
incertidumbre en todo momento. El primero en golpear,
cuando el crono sólo señalaba la novena parte del tiempo
en juego, era el Marino Luanco, que fue campeón virtual
durante 12 minutos. Se las prometían muy felices en la
capital gozoniega, donde quizá se confiaron en exceso
por la menor exigencia que presagiaba el Praviano,
respecto al Llanera. De hecho, tras el gol de Germán
Fassani, resultó chocante ver cómo los marinistas, en
lugar de tratar de reanudar el juego a la mayor
brevedad, se apiñaban en el abrazo al uruguayo, casi a
la altura del córner, en señal inequívoca de cierta
autosuficiencia. En la búsqueda de un consuelo, en
Luanco quizá deban apelar a que el 0-5 de Tuilla tampoco
fue normal.
La prisa tiene
fama de mala consejera, como si fuera una elección, sin
darnos cuenta de que, en ocasiones, no se echa encima
por no hacer los deberes, sino porque llega impuesta por
las circunstancias. Ahora quizá sea fácil decir que el
Lealtad pareció manejarla mejor, pero no se debe olvidar
que sus momentos de mayor inquietud le sobrevinieron,
curiosamente, cuando Cheikh Saha ponía la mayor
distancia entre los balances goleadores, la única vez en
la tarde que se establecía en +3. A partir de ahí, el
Marino invirtió tan solo 300 segundos en volver a
situarse a un gol, todavía con una docena de minutos por
delante, prolongación incluida. El epílogo del epílogo,
tensísimo, mostraba un Lealtad peligrosamente “relajado”
y un Marino desatado, acariciando una hazaña que estuvo
en las botas de Álvaro García y Adrián Trabanco.
Fue un final
baloncestoniano.