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"Un paréntesis de 12 años que nos ayudó a reiventarnos"

Martes 2 de Junio de 2015
C. Padilla

19:08 de la tarde del pasado domingo en el Ramón de Carranza de Cádiz, Susaeta bota un córner desde la banda izquierda y David Fernández, más atento que su marcador, empuja de cabeza al fondo de la red el tanto que, a la postre, le daba al Real Oviedo el ansiado ascenso a Segunda División. Ese gol no suponía solamente un cambio de categoría, era el punto y final de un ciclo que llevaba durando más de una década. Un paréntesis en la historia de un club que se abrió el 17 de junio de 2001, un día en el que el titular de las portadas que se elaboraron esa noche era el mismo que ahora: “El Oviedo a Segunda”. Pero el significado era bien distinto. Empezaba un descenso en picado para el Real Oviedo que le llevaría al pozo del fútbol español.

Los de mi generación, 1989, crecimos viendo al Oviedo en Primera y cuando se confirmó ese injusto descenso en Mallorca seguro que la mayoría creíamos que pronto escamparía, siguiendo las palabras con las que Luis Aragonés consoló a Boris una vez certificado el descenso. Por desgracia, sobre Oviedo cayó, siguiendo el símil, el diluvio probablemente más fuerte que se ha conocido en la historia del fútbol español. En tres años, el club azul pasó de ganar en el Nou Camp a batallar en los campos de barro de Tercera, como bien ilustra esa famosa imagen de Rafa Ponzo en el campo de arena -más bien de barro- de El Berrón en la temporada 2004/2005.

Esa foto ejemplificó, mejor que ninguna otra, una caída a los infiernos que, lejos de ser puntual, se prolongó durante años. El no ascenso ante el Arteixo ese mismo año demostró que la suerte no estaba de nuestro lado, aunque la canción de Babylon Chat dijera que el cielo jugaba de nuestra parte, tardaría mucho en escampar. Pero todo lo vivido ese año, y en los posteriores, sirvió para reflotar y endurecer el verdadero sentimiento por los colores azules, acercando de nuevo al Real Oviedo -institución y jugadores- a sus aficionados. Reconstruyendo un binomio que, una vez se librara de los barrotes de la jaula, sería imparable.

Gracias a la caída al inframundo del fútbol pudimos conocer a grandes jugadores que jamás ocuparon portadas de los periódicos nacionales pero que fueron capaces de reflejar en el terreno de juego el sentimiento que hoy anida en los corazones de aficionados de más de 100 países. El ya mencionado Rafa Ponzo, los Luismi, Aldeondo, Yeray o Dario Aliaga -por citar algunos- fueron los primeros que, viniendo desde fuera, supieron enarbolar ese espíritu, el de 2003, que hoy podemos recordar con orgullo. Dirigidos por un gran patrón de barco llamado Antonio Rivas que antepuso su oviedismo a las dificultades que se le planteaban al igual que “el presi” Don Manuel Lafuente y tantos otros que les acompañaron en la odisea cuando el Real Oviedo era más un sentimiento que un club.

Todos ellos lucharon por sacar a flote un barco que, sin motor, se movía únicamente por el viento generado por su afición sobre sus deterioradas velas. Y pese al impulso de esta, el movimiento era lento y más cuando los fantasmas del pasado volvían para torpedear la embarcación. El oviedismo, cuando apenas se estaba empezando a recuperar lentamente del duro golpe sufrido, tuvo que resistir los años de gestión de José Ángel García, Alberto González y de la gente que les rodeó. A pesar de ello, el sentimiento seguía calando en otros héroes que intentaron con todas sus fuerzas, aunque sin éxito, acercar el barco a su meta. Los Aulestia, Nano, Juanma o Xavi Moré -nuevamente por citar a algunos- recogieron el legado de luchar por unos colores que otros jugadores les habían dejado anteriormente.

Y en este papel de mantener vivo el legado en el terreno de juego fue fundamental un eje, Diego Cervero, que ha portado desde El Requexón al césped del Tartiere, pasando por las gradas de este cuando no tuvo ocasión de vestir la camiseta azul, la antorcha encendida con el fuego de la esperanza por regresar algún día a la élite del fútbol profesional. Una antorcha también llevada por otros jugadores que vivieron el oviedismo desde la cuna, como Kily, Michu, Jandro, Mario Prieto, Pelayo o Nacho López. Es más fácil trasladar al campo de batalla el sentimiento azul si sobre el terreno de juego hay jugadores que sienten desde pequeños lo mismo que siente la grada.

En el largo peregrinaje por el pozo vivido en estos años, todos ellos fueron los protagonistas de experiencias mayoritariamente traumáticas que, lejos de desanimar, contribuyeron a aumentar la fuerza de la afición. La incertidumbre sobre si el equipo saldría o no a competir en 2003 y en qué condiciones, la creación del Oviedo ACF unido al olvido de las instituciones, el ya mencionado “arteixazo” que años después se quedó en nada cuando tuvo lugar el “Caravacazo”, la muerte de Armando Barbón, los incidentes en Langreo, el 1-4 ante el Sporting B, etc...Todo ello incrementó la furia de una afición que vuelve a la LFP más fuerte de lo que la dejó hace 12 años cuando inició un paréntesis revitalizante en su historia. Como así lo demuestran los últimos dos años de locura vivida, en los que la familia azul aumentó considerablemente. Ahora sí, ya podemos decir que al Real Oviedo el veneno sirvió para curarle.
 

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